lunes, 29 de diciembre de 2008

La fille coupée en deux



Ayer he visto La fille coupée en deux de mi tocayo Chabrol, en El Biógrafo, acaso el último cine de barrio que va quedando en Santiago. La presentación de los créditos de la película es para mi gusto la mejor parte, una especie de obertura programática, dónde el rojo sangre al fondo de la pantalla y el "Mai nessum m'avrà" de Turandot anuncian lo que vendrá... Me resulta imposible no sentir simpatía por Charles Saint-Denis, el escritor maduro que enamora a la tonta jovencita y hace con ella lo que se le antoja. A otros, sobre todo a las mujeres, les parecerá un cerdo egoísta. Por otra parte, no logré entender el motivo de la odiosidad que le profesa a Saint-Denis el joven millonario Paul Gaudens ¿Envidia? ¿atracción homosexual no asumida? Hay una historia previa entre ambos contada sólo a medias por el escritor. Indicios vagos en las conversaciones de Gaudens con su madre paracen insinuar algún tipo de abuso infantil del que fue víctima por un profesor (Saint-Denis, recuerda también a un cura que lo tocaba). Ahora bien, no sé si es un defecto del guión o un "refinado recurso" que la cuestión del motivo finalmente no quede resuelta. Al final nadie gana. Nadie la tendrá. Lo cual deja un sabor amargo, pero a la vez nos enseña cómo es la vida.

jueves, 25 de diciembre de 2008

En dos líneas

"...no es difícil vivir una vida que consiste únicamente en pasar el tiempo. Soy uno de los afortunados que ha escapado de cualquier vocación."
J. M. Coetzee: Vida y Época de Michael K, p.111.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Sobre el juicio estético

Leo, entre sorprendido y gozoso, los seminarios que dictara durante 1982 y 1983 Cornelius Castoriadis en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, bajo el título de "Lo que hace a Grecia". Por esa época cursé yo séptimo y octavo de la enseñanza básica y en mi infantil barbarie no sospechaba siquiera los placeres que ofrecería a mi inteligencia la primera clase de filosofía a la que asistiría en 1984. Si bien tenía trece años como entidad biológica, ese año recién nací como ser humano. Pero me distraigo, yo quería comentar un hallazgo en los seminarios de Castoriadis. Alguna vez he mencionado aquí la altísima densidad de ideas contenidas en los textos griegos de la Antigüedad. Pues bien, estos seminarios corroboran que el legado de Grecia es una cornucopia inagotable que ha alimentado y continuará nutriendo la autocomprensión de Occidente durante siglos. Es refrescante la lectura que hace Castoriadis sobre la trascendencia de este legado, esté uno de acuerdo con sus planteamientos o discrepe sustancialmente de ellos. Nunca tuvo tanta razón Nietzsche como cuando afirmó que los griegos son los aurigas de nuestra cultura. Si queremos entendernos hemos de volver una y otra vez a la palabra fundante de los griegos (no a Oriente ni a los "pueblos originarios"´de América, como quieren algunos extraviados).
Pero escapo nuevamente por otros derroteros. Lo que quiero destacar aquí, a propósito de algunas querellas mantenidas en otros foros, es un comentario tangencial de Castoriadis sobre la Crítica del juicio de Kant, que coincide con planteamientos míos sobre la cuestión del juicio estético: "En esa obra, Kant plantea la cuestión siguiente: ¿cómo formar un juicio válido, cuando se trata de lo que aparece como el objeto de lo arbitrario por excelencia, a saber, la obra de arte? [...] Kant define la obra de arte como aquella que establece sus propias normas, es decir, que es original en el sentido que la obra misma se vuelve modelo, prototipo o norma de otra cosa". Castoriadis objeta que "si la gran obra de arte es obra de un genio único cada vez y si es modelo y prototipo, ¿de qué puede ser ella prototipo puesto que. por definición, sus imitaciones, en tanto tales, no valen nada? Aquí hay una aporía fundamental. Hay que cambiar de óptica y ver en la obra de arte no un modelo o prototipo, sino un indicio, un signo, anunciador de otra cosa". Sería, pues, su fecundidad, sus infinitas posibilidades, la sugerencia al receptor de nuevos caminos de comprensión de sí mismo y del mundo que lo rodea lo propio y singularizante de la obra de arte. Lo cual nada tiene que ver, evidentemente, con su inteligibilidad para la masa. Pulchrum paucorum hominum est.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Sueños

Hay contados instantes de placer absoluto, que lícitamente podríamos identificar con "la felicidad". Hoy, tras almorzar con mi ayudante en el Catedral y despedirme de él, crucé a "Metales Pesados", en mi opinión una de las mejores librerías de Santiago. Allí me esperaba una sorpresa deliciosa, un libro que ansiaba leer hacía tiempo: la biografía de Schopenhauer de Rüdiger Safranski. Subí de inmediato a mi casa, que por fortuna está prácticamente al lado de la libreria, para comenzar la lectura. Tras la introducción y el primer capítulo, el efecto sedante del vino merlot del almuerzo me sumió poco a poco en un agradable sopor. Desperté y tras unas horas de navegar por la red reanudé la lectura.
Si bien el hallazgo bibliográfico me produjo comprensible alegría, sólo mediatamente fue motivo de aquel goce perfecto del que quiero hablar. Como venía diciendo, me tendí sobre la cama para continuar con el libro y se me ocurrió la idea de acompañar la lectura con música ad hoc. Puse un disco en que Kirsten Flagstad canta a Wagner. Lo había comprado hace un par de semanas y, si lo escuché antes, debió ser de manera superficial. La verdad es que estaba tan concentrado en los primeros años de Schopenhauer que pasé por alto buena parte del disco. Hasta que llegaron los Wesendonk Lieder y, cuando la Flagstad comenzó a cantar el último, Traüme, no pude ya seguir leyendo. Los primeros acordes suaves pero a la vez intensos, luego enérgicos y enseguida lánguidos, traían a mi mente las notas de Tristan y al también al Ludwig de Visconti y una sensación difícil de describir y que me pareció felicidad me fue envolviendo por completo.
La letra es hermosa y de una delicada sabiduría:
Dime ¿qué sueños maravillosos
retienen prisionera a mi alma,
sin desaparecer, como pompas de jabón,
en una nada desolada?
Sueños que a cada hora
de cada día florecen más hermosos.
Y que, con sus prefiguraciones del Cielo,
pasan felizmente a través de mi espíritu.
Sueños que, como rayos de gloria,
penetran en el alma para pintar en ella una imagen
eterna:
¡el olvido de todo! ¡el recuerdo único!
Sueños parecidos al sol de la primavera
cuyos besos hacen brotar las flores entre la nieve
y que, con una inimaginable felicidad, acogen al nuevo
día.
Y creciendo, y floreciendo,y soñando, exhalan su
perfume,
y se marchitan, dulcemente, sobre tu pecho
para descender después al sepulcro.

martes, 18 de noviembre de 2008

Epitafio

Yo quiero, en mi sepulcro, un epitafio como este:


Si uis scire meum nomen uotumque, uiator,
Pegasus hac ego sum claudus humatus humo.
Vota deinde scias, nomen quum sciueris; audi,
sic desyderio tu potiare tuo:
quum paticum quemquam paedicaturus ephebum es,
illud in hac tumba, quaeso, uiator, agas
atque ita mis animas coitu, non thure, piato:
scilicet hanc requiem Manibus, oro, dato.
Hoc apud infernas genus est leniminis umbras
praecipuum, prisci sic statuere patres:
quippe ita Chironis cineres placabat Achilles,
sensit et hoc podex, flaue Patrocle, tuus;
gnouit Hylas, patrio percisus ab Hercule busto.

Tu mihi maiores quod docuere lita.

Antonio Beccadelli("Il Panormita") (1394-1471)Hermaphroditus, 7.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

La hormiga moribunda (o por qué Woody Allen es mejor que Nietzsche)

Una hormiga se muere y mientras va muriendo piensa: "El mundo se muere".

Ítalo Svevo, Fábulas.
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Esta fábula me recordó otra, muy citada, con la cual Nietzsche inicia su ensayo Sobre verdad y mentira en sentido extramoral: "En algún apartado rincón del universo centelleante, desparramado en innumerables sistemas solares, hubo una vez un astro en el que animales inteligentes inventaron el conocimiento. Fue el minuto más altanero y falaz de la "Historia Universal": pero, a fin de cuentas, sólo un minuto. Tras breves respiraciones de la naturaleza el astro se heló y los animales inteligentes hubieron de perecer." Más adelante, el filósofo agrega: "...si pudiéramos comunicarnos con la mosca, llegaríamos a saber que también ella navega por el aire poseída del mismo pathos, y se siente centro volante de este mundo."
Nietzsche fue mi héroe durante la adolescencia. Pero cuando leí este texto, que es de una lucidez irrefutable, comenzó a defraudarme. ¿Por qué diablos se tomaba tan en serio? Para ser consecuente, en lugar del Zarathustra, debió escribir un Elogio de la frivolidad. Desde entonces prefiero a Woody Allen.

viernes, 17 de octubre de 2008

HOMERO Y LA JUSTICIA


La tradición atribuye a un poeta jonio, llamado Homero, la composición de la Iliada y de la Odisea, los primeros monumentos que se conocen de la literatura griega. Amén de su nombre, poco o nada sabemos, con certeza, de este Homero, cuya existencia incluso fue, más de alguna vez, puesta en duda por los eruditos. Las noticias más antiguas que nos han llegado acerca de él son recién del s. VI a. C. y nos cuentan que habría nacido en Esmirna y vivido en la isla de Quíos. Según algunas tradiciones sería contemporáneo de la guerra de Troya. Otras, en cambio, lo sitúan más tardíamente, como coetáneo de Hesíodo (s. VII a. C,).

Como se sabe, el motivo central de la Ilíada es la ira del héroe Aquiles y el telón de fondo, la guerra de Troya, en su año noveno. En el Canto XVIII del poema, Aquiles llora a gritos la muerte de su amado camarada, Patroclo, a manos del héroe troyano Héctor y la pérdida de su prodigiosa armadura. La divina Tetis, madre del Pélida, encarga a Hefesto que forje nuevas armas para que, provisto de ellas, Aquiles vengue a Patroclo. Homero nos cuenta que el dios “se puso a hacer primero un escudo grande […] y en él grabó múltiples artísticas figuras, fruto de su ingenioso arte”. Los versos siguientes describen los motivos representados en este escudo, entre los cuales se observan dos ciudades, una en paz y la otra en guerra.

Es significativo el papel que en esta descripción cumple la pública administración de justicia, en cuanto rasgo característico de la ciudad en que reina la paz: “Los hombre estaban reunidos en la plaza. Y había allí entablada una contienda, en la que dos varones disputaban acerca de la expiación por un homicidio. El uno afirmaba que había pagado todo, haciéndoselo ver al pueblo; el otro negaba haber recibido nada. Y los dos deseaban alcanzar una decisión final ante el árbitro. Las gentes gritaban defendiendo cada bando a uno, mientras que los heraldos trataban de refrenar a la multitud. Los ancianos estaban sentados en pulimentadas piedras en sagrado círculo, asiendo en sus manos el bastón de heraldos de voz que resuena por el aire, y con ellos en las manos se levantaron al fin y alternativamente pronunciaron su fallo. En medio de ellos había en el suelo dos talentos de oro para entregar al que de ellos dictara sentencia de modo más recto.”

Asimismo, llama la atención cómo tempranamente entre los griegos se había superado la bárbara venganza de la sangre, por la más civilizada indemnización del perjuicio, incluso en casos graves como el homicidio. Esto ya aparece en el Canto IX de la Iliada, cuando Ayax Telamonio, reprocha a Aquiles, por negarse obcecadamente a perdonar la ofensa de Agamenón, recordándole que “hasta por el asesinato de un hermano o por el propio hijo que ha muerto se acepta una satisfacción; y así, el uno se queda en su pueblo, tras pagar ampliamente, y el otro refrena su corazón y su ánimo altanero, porque ha recibido su compensación”.

En la ciudad en guerra, en cambio, no son posibles estos razonables acuerdos pues ha huido de ella Dike. Allí campean divinidades menos benévolas: “la Discordia y el Tumulto y la funesta diosa de la muerte”.

Y es que la guerra supone una vuelta al estado de naturaleza, a un mundo sin derecho. En este sentido, se asemeja al mundo bárbaro de los cíclopes del que nos habla la Odisea, el otro gran poema homérico. Recordemos que la Odisea cuenta el accidentado retorno del héroe Ulises a Itaca, tras la caída de Troya. En el Canto IX, Ulises comenta respecto del país de los cíclopes: “No tienen ágoras donde se reúnan para deliberar, ni leyes tampoco, sino que viven en las cumbres de los altos montes, dentro de excavadas cuevas; cada cual impera sobre sus hijos y mujeres y no se entrometen los unos con los otros”. Cuando Odiseo intenta persuadir a Polifemo para que respete las leyes de la hospitalidad sancionadas por el mismísimo Zeus, el cíclope responde “con ánimo cruel”: “—¡Oh forastero! Eres un simple o vienes de lejanas tierras cuando me exhortas a temer a los dioses y a guardarme de su cólera: que los ciclopes no se cuidan de Zeus, que lleva la égida, ni de los bienaventurados númenes, porque aun les ganan en ser poderosos”.

Como observa W. Jaeger, un distinguido estudioso del mundo clásico, no podríamos hallar manifestación más elocuente de la concepción homérica de la sociedad humana: Dike traza la frontera entre la barbarie y la civilización.

miércoles, 27 de agosto de 2008

De libertate

Lo que uno pensaba una década atrás... entre bochornoso y enternecedor:
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¿Es la libertad un ideal democrático?


¡Ah, si volviere otra vez aquella hermosísima Edad Media, llena de consoladores ensueños, a aquélla edad que fue de oro para el pueblo que trabaja, ora, crece, espera y duerme!

Miguel de Unamuno
Introducción.


Libertad, igualdad, fraternidad. Son los conocidos ideales de la revolución francesa. Mientras que la libertè y la egalitè inflamaron los corazones y se propagaron exitosamente hasta nuestros días, el ideal de hermandad universal entre los hombres quedó, en cambio, desde el principio, a la zaga y rápidamente se extinguió. Comprensible, pues a partir de la fraternidad es muy difícil encontrar justificación para el baño de sangre en que se transformó dicha revolución (y otras tantas posteriores). La libertè y la egalitè, por el contrario, proporcionaron magníficos motivos para persecuciones y matanzas.

Aunque la fraternidad es el único verdaderamente noble y hermoso de esos tres ideales, no me propongo tratarlo aquí. Yo quisiera ahora reflexionar acerca de la libertad, también –aunque de modo tangencial- sobre la igualdad, y desde una perspectiva poco usual y tal vez hasta comprometedora de mi prestigio, porque lo ordinario en estos días -lo políticamente correcto, si se prefiere- es que se hable en favor de ellos y me temo que yo voy a litigar en contra. Asumo, desde luego, y con espíritu lohengrinesco, los malentendidos a que pudiere dar lugar con semejante actitud.
La cuestión que deseo promover está ya enunciada en el título de este excursus, pero no está demás explicarla con mayor detalle: me propongo averiguar si la libertad es propiamente un “ideal” esto es, un bien, algo digno de ser deseado, respetado, promovido e incrementado. Enseguida, si es un ideal “democrático”, o, lo que es lo mismo, si el pueblo –eso que llamamos por antonomasia pueblo, la masa de los hombres privados o idiotas que decían los griegos, los muchos de Platón- experimentan la libertad como un bien y desean no sólo conservarla sino incrementarla cada vez más. Veamos.


Los hombres son radicalmente libres.

En un período relativamente reciente de la historia de la Tierra –que los paleontólogos denominan Oligoceno- y que concluyó hace varios millones de años, surgieron unos simpáticos mamíferos, los primates o simios. Por una extraña mutación, estos animales iniciaron un proceso de cerebración progresiva, carecterizado por un crecimiento notable del neocórtex (cerebro nuevo o superior), en comparación del arquicórtex (cerebro antiguo o inferior) y por un incremento de los elementos neuronales y consecuencialmente del volumen de la masa encefálica. En ciertas especies de simios este incremento llegará a constituir una verdadera hipertrofia; entonces, habrá hecho su aparición en la escena terrestre esa “obra maestra”, “quintaescencia del polvo”, “adorno del mundo”... el hombre.
Obviamente, esta deformación produjo consecuencias inusitadas en los procesos psíquicos de aquel primate y, por ende, en su comportamiento. La creatura comienza a desligarse de la conducta previamente programada, del “piloto automático” que gobierna a las demás bestias (de eso que suele llamarse “el instinto”): sus acciones se vuelven voluntarias: Libertas incipit.

Ya lo decía Ortega «...el hombre es un animal que perdió el sistema de sus instintos o, lo que es igual, que conserva de ellos sólo residuos y muñones incapaces de imponerle un plan de comportamiento. Al encontrarse existiendo se encuentra ante un pavoroso vacío».

El hombre es, pues, una aberración, una disonancia de la naturaleza, un ser antinatural. El único animal que al despertarse por la mañana debe decidir qué hacer... más grave aún, el único animal que debe decidir, día a día, qué ser. La vida se transforma en tarea y problema abierto... “una tarea de extenuante cumplimiento”, en palabras Schopenhauer. Y es que de la mano de la libertad venía su hermana, la angustia, y otros peligros todavía mayores.

La libertad como naufragio espiritual o la parábola del Gran Inquisidor.

Angustia, desorden, destrucción... los vicios redhibitorios de la libertad. La libertad del hombre es radical. Lo cual significa primeramente que la libertad está ligada de manera indisoluble a la condición humana (a su raíz o a su esencia [si se prefiere el lenguaje metafísico]),y enseguida, que esa libertad es tan grande que al ejercerla su titular puede escoger entre el bien y el mal. (Aunque tal vez resulte un poco anticuado en una época como la nuestra, situada Jenseits von Gut und Böse, utilizar tales conceptos. Rectifico entonces en consideración de oídos más sofisticados: el hombre es libre incluso para determinar por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo, o para prescindir de la moral, que viene a ser lo mismo. Dicho de la manera todavía más sencilla: el hombre es libre incluso para dañar. Uno puede levantarse en la mañana deseando ser asesino en masa y concretarlo después del desayuno. Acaso la libertad sea, precisamente, la fuente de todos los males, como lo insinúa el famoso relato bíblico.
Se puede discrepar, pero resulta sintomático que los hombres hayan descubierto presurosa y ferozmente sustitutos para los instintos (jerarquías, tabúes, rutinas, moral, derecho). Ya en los núcleos humanos más primitivos comenzó a reprimirse severamente la libertad (ante todo la libertad sexual). Esta coacción no sólo evitó a los individuos transitar la peligrosa senda de la desesperación, sino que garantizó la pervivencia de la especie y el florecimiento y esplendor de las civilizaciones.

Thomas Hobbes vislumbró estas verdades en su conocido Leviatán. Pero quien sin duda mejor las ha expuesto es Dostoiewski en Los hermanos Karamazov a través de la parábola del Gran Inquisidor. Este reprocha a Cristo su intempestiva aparición:
«...Tú les prometías el pan del cielo. ¿Y acaso, a los ojos de de la débil raza humana, eternamente ingrata y depravada, es comparable ese pan al de la tierra? ¿Te conformarás Tú sólo con los grandes, con los fuertes, a quienes los otros, los que son débiles pero que te aman, no servirán sino como materia de explotación? Nosotros amamos también a esos seres débiles. Aunque depravados y rebeldes, al fin se volverán dóciles. Se asombrarán y nos creerán dioses por haber consentido en tomar el peso de su libertad y en reinar sobre ellos, que tan grande será el miedo que tendrán a ser libres (...) Nada hay más seductor, para el hombre, que el libre albedrío, pero tampoco nada más doloroso. Y en lugar de principios sólidos que habrían tranquilizado para siempre la conciencia humana, Tú elegiste nociones vagas, extrañas, enigmáticas, todo aquello que sobrepasa a la fuerza de los hombres y con ello obraste como si no los amases. ¡Tú que habías venido a dar tu vida por ellos! Aumentaste la libertad humana en vez de confiscarla, e impusiste para siempre al ser moral los horrores de esa libertad. Quisiste ser libremente amado, seguido voluntariamente por los hombres. Quisiste que en lugar de obedecer la dura ley antigua, el hombre escogiese entre el bien y el mal, no teniendo por guía más que tu imagen. Pero ¿cómo no comprendiste que él rechazaría al fin, y hasta pondría en duda tu imagen y tu verdad, sintiéndose abrumado por el horrible peso de la libertad de elegir? El hombre exclamará al fin que la verdad no está en ti, pues en ese caso no les habrías dejado en una incertidumbre tan angustiosa, con tantas inquietudes y problemas insolubles. Tú preparaste la ruina de tu reino; no acuses, pues, a nadie de esa ruina...»

El inquisidor, viejo conocedor del alma humana, sabe muy bien que para la mayoría de los hombres la libertad -sobre todo la libertad moral- lejos de constituir estado “ideal”, es una carga agobiante... nuestra peor cruz.

La libertad como ideal aristocrático

Para los muchos, mas no para unos pocos. (A fin de evitar una interpretación narcisista de estas reflexiones advierto al lector que yo me considero entre los sufrientes de la libertad).

Con gran perspicacia los dos grandes genios de la Antigüedad, Platón y Aristóteles comprendieron que hay dos clases de hombres . (El primero en La República: parábola del piloto; el segundo en La Política («la naturaleza, teniendo en cuenta la necesidad de la conservación, ha creado a unos seres para mandar y a otros para obedecer [...] porque es esclavo por naturaleza el que puede entregarse a otro; y lo que precisamente le obliga a hacerse de otro es el no poder llegar a comprender la razón sino cuando otro se la muestra, pero sin poseerla en sí mismo»)

El grupo mayoritario siente la libertad de la manera descrita en el acápite precedente: como un sufrimiento. Para los segundos, por el contrario, la libertad y sus peligros constituyen un gozo. Los menos están llamados a conducir, los más a ser conducidos. La Antigüedad y la Edad Media comprendieron bien este principio.
Sin embargo, el liberalismo. Contra lo que pudiera pensarse su origen es medieval y aristocrático (reiterar que a las masas nunca le interesó realmente la libertad) En su bello ensayo “Ideas de los castillos”, Ortega ve al castillo medieval como la pétrea defensa de las libertades individuales y de la vida privada del señor. El castillo, magnífica incubadora de un liberalismo aristocrático. El caballero germánico, nieto del bárbaro de Teutoburgo hereda de éste el espíritu guerrero y la radical confianza en sí mismo que es su substrato, fuerzas que lo impelen a sustrerse del poder absoluto del Estado, del Imperium, por eso hace castillos.
Esos ingleses, anglos y sajones (germanos al fin y al cabo) dan fundamento teórico a esa ansia de libertad. Origen formal y aceptado del liberalismo.

¿Ha variado sustancialmente la situación hasta nuestros días?Las masas siempre quieren ser conducidas, pero ahora se han vuelto arrogantes. Ya no toleran una sumisión explícita. Los conductores recurren a métodos más sutiles: propaganda, publicidad, modas.

martes, 19 de agosto de 2008

Hay miradas...

"Hay miradas femeninas que tienen algo de la triste perfección de un soneto"
E. M. Cioran, El ocaso del pensamiento
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Inmediatamente me acordé de ti, mi Rossella-Emma.

jueves, 14 de agosto de 2008

La eterna búsqueda

Wir suchen überall das Unbedingte, und finden immer
Dinge
"Buscamos por todas partes lo infinito, y no encontramos sino
cosas"
Novalis

lunes, 11 de agosto de 2008

Siútico


Por petición expresa del autor y bajo coacción de crueles represalias, he suprimido esta entrada. Mis excusas, amable lector.

martes, 5 de agosto de 2008

Il problema

Il problema sessuale
prende tutta la mia vita.
Sará un bene o sará un male
mi domando ad ogni uscita

El problema sexual
abarca toda mi vida.
¿Para bien o para mal?
Me lo pregunto día a día


Sandro Penna, Stranezze
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Últimamente sólo leemos poesía. Quisiéramos creer que es una hiperestesia del alma la que nos mueve a ello, pero no. Es economía. No hay tiempo sino para sabiduría concentrada.

jueves, 31 de julio de 2008

Voluptate

Alegría y perfume de mi vida el recuerdo de las horas
en que hallé y tuve la voluptuosidad como la anhelaba.
Alegría y perfume de mi vida, de mi vida en que evité
todo goce de amores rutinarios.

Constantino Kavafis

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Esta es, definitivamente, la mejor parte de nuestro patrimonio.

miércoles, 9 de julio de 2008

Patientia animi

No es primera vez que abordamos el tema de las coincidencias. Esa conjunción de dos (o más) sucesos, que nos parece desbordante de sentidos, pero cuyo acaecimiento, del todo improbable y, por ende, inesperado, conmociona el alma o, cuando menos, le provoca un pequeño estremecimiento.
Hay quienes ven en las coincidencias la prueba palmaria del azar, que mezcla promiscuamente todas las cosas. A veces, la loca danza de los entes produce choques o entrecruzamientos que ofrecen a la mente humana la ilusión de una conexión, de un sentido. Spes ultima dea.
Hay también, o más bien habemos, quienes sospechamos que las coincidencias son pistas, indicios que conducen a una conexión real y no meramente ilusoria de los sucesos del mundo. Habría una causalidad, un orden de los fenómenos, que ordinariamente se nos escapa. Esta sospecha es la delgada hebra de la cual pendemos ante el pavoroso abismo nihilista.
Sea lo uno o lo otro, el hecho es que hoy ha vuelto a ocurrirme una de estas inquietantes conjunciones.
A pesar que, desde hace ya tiempo, cultivo el desapego respecto de mis congéneres, lo cual me ha venido protegiendo muy eficazmente contra la ruindad del prójimo, no siempre funciona. A veces las injurias consiguen hacerme mella. Hasta para un cínico, como yo me esfuerzo en serlo, hay bajezas que sorprenden y que abruman. Voy a ahorrarme los detalles, porque no vienen al caso. Lo que importa es que ayer estaba deprimido por esta razón y, además, por otras concomitantes. Anoche me desvelé, lo cual casi nunca me sucede. Y esta mañana amanecí bastante disgustado con mi vida y con el mundo e incluso fantaseando (sólo fantaseando) con el plácido descanso de la muerte. Así, mascullando mi hastío marché al trabajo que, para mayor disgusto, debía hacerlo fuera de la oficina. Volví a ella a mediodía, arrastrando malhumoradamente los pies junto a mis cuitas y encontré sobre mi silla un paquetito o más precisamente un sobre de la Universidad que contenía dentro, ahora sí, un paquetito. Dentro de él venía una pequeña libreta de apuntes con la siguiente frase de Publilio Siro: Patientia animi occultas divitias habet. Algo que, dada las circunstancias, venía muy a cuento. Me la envió, el 25 de junio, desde Paris, una querida amiga quien se anticipó varios días a mi pequeña crisis.
Pero la cosa no acaba aquí, porque también venía dentro una postal con un proverbio bereber: Faites du bien à une pierre, elle vous le rendra... Medité durante la tarde sobre la cuestión. Devolver el mal con bien a la piedra que me atormenta en mi zapato... no creo ser capaz, además la piedra es dura y desagradecida en grado superlativo. Lo verdaderamente interesante es Quién, a través de mi amiga, me envía estos consejos...

martes, 17 de junio de 2008

Entorno al Calígula de Camus


[Esto lo escribí en 1995]


Confieso que la figura de Cayo Julio César Germánico -Calígula- me inquietó profundamente desde mis primeras incursiones por la historia romana, ejerciendo sobre mi mente una extraña fascinación. Particularmente aquella célebre y terrible lamentación, pronunciada por él en el circo, fue para mí objeto de largas cavilaciones, producto de las cuales llegué a concluir -mucho antes de leer la obra de Camus- que nos encontrábamos frente a un gran incomprendido.
Desde luego Calígula no es un loco. Al menos no es éste el carácter que Camus quiso dar a su personaje, aunque más de alguno ha creído ver en la obra del escritor francés “la tragedia del poder total ejercido por un demente" (así presenta Fernando Emmerich la versión publicada por Editorial Andrés Bello).
Aceptemos provisoriamente la muy discutible hipótesis de que lo que define al loco o demente es su incapacidad de mirar el mundo tal cual es (bien pudiera ser que nadie esté en condiciones de hacerlo). El loco no consigue diferenciar su realidad subjetiva de la realidad objetiva que le rodea; el loco es –parafraseando a Protágoras- panton metron (la medida de todas las cosas) y, puesto que sus procesos psíquicos se encuentran alterados, forja para sí un mundo completamente irreal, vive -por así decirlo- a la deriva de la realidad.
A Calígula le sucede precisamente lo contrario. Su tragedia es que de pronto se vuelve lúcido. En la última escena del acto primero lo encontramos llorando “porque las cosas no son lo que deberían ser”... antes (escena V) dice haber descubierto la verdad, “una verdad muy simple y muy clara, un poco tonta, pero difícil de descubrir y pesada de llevar”.
Calígula ha descubierto la “inocencia del devenir” o, si se prefiere, que el mundo carece de sentido y fin, y que, por tanto, todo es vano. Dicho por tercera vez, nuestro joven emperador se ha vuelto nihilista.
Decir que la vida carece de significado es lo mismo que negar la existencia de los dioses (sólo algo ajeno y distinto al mundo, y por encima de él, puede dotarlo de sentido y ordenarlo hacia un determinado fin). Si los dioses no existen no hay nadie que pueda juzgar ni condenar al hombre –la ordenación moral del mundo es por consiguiente un mito- y entonces a éste le es lícito actuar arbitrariamente o “como quiera el corazón” y, en todo caso, “más allá del bien y del mal”[1].
Calígula escoge ser lógico hasta el fin. Decide llevar esta verdad horrible hasta sus últimas consecuencias. Si todo es vano... “todo es fundamental. Todo está en el mismo plano: la grandeza de Roma y tus crisis de artritismo” (acto I, escena VIII).
Y así va, paso a paso, agotando las consecuencias de su descubrimiento:
“Este mundo no tiene importancia, y quien así lo entienda conquista su libertad. Y justamente, os odio porque no sois libres. En todo el imperio romano soy el único libre. Regocijaos, por fin ha llegado un emperador que os enseñará la libertad” (acto I, escena XI).
“-Entonces todo a mi alrededor es mentira, y yo quiero que vivamos en la verdad. Y justamente tengo los medios para hacerlos vivir en la verdad. Porque sé lo que les falta, Helicón. Están privados de conocimiento y les falta un profesor que sepa lo que dice-.” (acto I, escena V).
Calígula ha experimentado en su propia carne la virtud pedagógica del sufrimiento, aquello de “dolore docemur”(somos enseñados por el dolor) que solían decir los antiguos. No olvidemos que la verdad que venimos comentado aquí se le revela a nuestro personaje después de un acontecimiento que para él ha resultado desgarrador[2]: la muerte de su amada hermana Drusila (amor no puramente fraternal, como se sabe). Los crímenes y crueldades que cometerá en lo sucesivo no serán consecuencia de una furia demencial o de un desborde de su afectividad sino, muy por el contrario, instrumentos de su lucidez. Calígula quiere que los romanos sean tan lúcidos como él. Quiere compartir con ellos la verdad. Y para comprender el horror de la existencia humana, su sinsentido, nada mejor que organizar una gigantesca lotería del sufrimiento... dolore docemur.
Quereas lo percibe con toda claridad: “Pone su poder al servicio de una pasión más elevada y mortal, nos amenaza en lo más profundo que tenemos. Y sin duda no es la primera vez que entre nosotros un hombre dispone de poder sin límites, pero por primera vez lo utiliza sin límite hasta negar al hombre y el mundo. Eso es lo que me aterra en él y lo quiero combatir. Perder la vida es poca cosa, y no me faltará valor cuando sea necesario. Pero ver cómo desaparece el sentido de esta vida, la razón de nuestra existencia es insoportable. No se puede vivir sin razones” (acto II, escena II).
Ni el propio Calígula consigue tolerarlo... “¡Oh, Cesonia! Yo sabía que era posible estar desesperado, pero ignoraba el significado de esta palabra. Creía, como todo el mundo, que era una enfermedad del alma. Pero no, el cuerpo es el que sufre. Me duelen la piel, el pecho, los miembros. Tengo la cabeza vacía y el estómago revuelto. Y lo más atroz es este gusto en la boca. Ni de sangre, ni de muerte, ni de fiebre, sino de todo a la vez. Basta, que mueva la lengua para que todo se ponga negro y los seres me repugnen” (acto I, escena XII).
Él, que para mostrar la verdad a sus congéneres ha adoptado “el rostro estúpido e incomprensibe de los dioses”, sigue siendo humano, demasiado humano para soportar el peso de esa verdad. “Qué amargo es estar en lo cierto”, se queja el emperador. Anhela estar equivocado. De ahí su sed de lo imposible: “El mundo tal como está, no es soportable. Por eso necesito la luna o la dicha, o la inmortalidad, algo descabellado quizá, pero que no sea de este mundo” (acto I, escena III). Intimamente sabe, sin embargo, que no conseguirá ninguna de estas cosas.
Es un dios desesperado que termina por desear su propia muerte... “una felicidad estéril y magnífica”: ”ese gran vacío donde el corazón se sociega” (lo que me recuerda a otro dios, tan humano como el que nos ocupa, el Wotan de Wagner, el cual le confiesa a Brünnhilde: “Nur eines will ich noch: das Ende, das Ende").
Calígula, dirá el propio Camus, es la historia de un suicida superior (como Sócrates, otro malentendido).

[1] El Calígula de Camus es una encarnación espléndida del Übermensch nietzscheano. No es, por cierto, un caso aislado en la literatura universal, piénsese, verbi gratia, en Raskolnikov de Dostoiewsky que anuncia en cierto modo al “superhombre”. La propia Historia es fecunda en ejemplos. Nietzsche solía mencionar a César Borgia y a Napoleón. Yo no quisiera olvidar a Federico II, emperador y rey de Sicilia, sobre cuya vida existe una novela “El Hombre de Apulia”, creo que de Horst Stern, la cual –aprovecho para pasar el aviso- me ha sido imposible conseguir. Por suerte para nosotros, los meramente humanos, todos superhombres terminan mal.
[2] Desgarrados resultan precisamente aquellos tenues velos que nos protegen contra la realidad: el amor, el arte, la religión.

domingo, 11 de mayo de 2008

Carpe diem

Mientras me exponía sus proyectos, le escuchaba sin poder olvidar que no le quedaban más que unos días de vida. Qué locura la suya de hablar de futuro, de su futuro. Pero, ya en la calle, ¿cómo no pensar que a fin de cuentas la diferencia no es tan grande entre un mortal y un moribundo? Lo absurdo de hacer proyectos es sólo un poco más evidente en el segundo caso.

E. M. Cioran, Ese Maldito Yo

jueves, 8 de mayo de 2008

Roma y nosotros

Un amigo me comentaba sorprendido un documental del cable sobre una villa romana recientemente excavada. Quedó boquiabierto al enterarse que la casa contaba con un complejo sistema de calefacción a través de agua caliente que circulaba entre las paredes. Yo, sin querer de ningún modo disminuir su entusiasmo, pensaba para mis adentros que ni siquiera es necesario el auxilio de la arqueología para formarse una idea de la sofisticación de la vida romana. Basta con leer a sus poetas. ¿Alguien podría negar, por ejemplo, la vigencia y utilidad del Ars Amandi? Este auténtico manual de la conquista -que yo sigo al pie de la letra- me ha facilitado más de un triunfo.

lunes, 28 de abril de 2008

¿Abandonar la militiam Veneris?



Anoche, víctima, una vez más, de un inexplicable desasosiego, cogí al azar un libro de poesía para ver si la lectura calmaba, o al menos distraía por momentos, aquella angustia. Y me detuve en los siguientes versos de Giuseppe Ungaretti:

Con mi hambre de lobo

renuncio

a mi cuerpo de oveja


Inmediatamente se me vino a la mente Tannhäuser, el poeta con el corazón dividido entre Venus y María. Existe una especie de síndrome de Tannhäuser, aún no descrito por la psicología: el del libertino que padece remordimientos. La lucha que se libra en nuestro interior entre Dioniso y el Crucificado. Wagner es un buen ejemplo. Todo libertino, tarde o temprano, termina fantaseando con la castidad. Wagner o la castidad como fetiche. Si abandonar la militiam Veneris no está al humano alcance -me declaro, amigos, incapaz de desertar- ¿cómo llegar a ser un perfecto sátiro? Sospecho que Sade tuvo la respuesta. También los poetas antiguos.

jueves, 24 de abril de 2008

miércoles, 23 de abril de 2008

Culpa trágica y justicia poética

Se suele afirmar que la necesidad de una culpa personal como fundamento del castigo penal o divino aparece, recién, como consecuencia de las reflexiones moralizantes del estoicismo o, todavía más tarde, con el pensamiento cristiano. En consonancia con este lugar común, también se ha repetido una y otra vez que Antigüedad clásica no habría manifestado reparos ante la circunstancia que un individuo fuera castigado por un hecho personal no culpable o, inclusive, por el crimen de terceros. Y, en efecto, la literatura griega describe varios casos de individuos que fueron castigados, por ejemplo, por faltas de sus ancestros. La tragedia ática nos muestra cómo el parricidio e incesto de Edipo traerá la desgracia a su progenie y cómo la siniestra acción de Atreo (que sirvió a su hermano Tiestes los miembros de sus propios hijos en un banquete) acarreará muerte y perdición a sus descendientes, los átridas.
A los modernos nos resulta incomprensible esta objetivación de la culpa y no conseguimos explicar por qué los griegos trasladaron el concepto de dike (justicia) del mundo social humano al mundo en general.[1] Por alguna razón que desconocemos, ellos pensaban que actos inicuos de un mortal podrían trastrocar el orden justo del universo y producir consecuencias cósmicas. Para el pensamiento de los antiguos, una culpa que no es imputable subjetivamente, pero que objetivamente existe con toda gravedad, es una abominación para los dioses y los hombres y puede infectar al país entero.[2]
Nuestro viejo amigo Aristóteles, aventura una explicación un tanto cínica: la desgracia inmerecida es un elemento esencial de la tragedia, puesto que el efecto propio de este género es, junto al temor, la compasión y, según el estagirita,“la compasión se funda en lo inmerecido de la desdicha”.[3]
Ahora bien, la tajante afirmación de que el mundo antiguo ignora el concepto de culpa personal, pudiera obedecer a una visión demasiado simplificadora, que convendría matizar. Y nuevamente la literatura nos proporciona preciosa evidencia.
Los griegos de tiempos de Pericles parecían conocer la distinción jurídica entre un crimen voluntario y uno involuntario, a efectos de su castigo. Plutarco nos refiere que “con ocasión de que uno de los atletas en los juegos había herido y muerto involuntariamente con un dardo a Epitimo de Farsalia”, Pericles y su amigo, el sofista Protágoras, debatieron todo un día “si sería el dardo, o el que le tiró, o los jueces del concurso, a quien conforme a recta razón se diese la culpa de aquel accidente”.[4]
Heródoto, por su parte, nos cuenta la historia de Adrasto, que fue desterrado por haber matado, sin querer, a su hermano. Creso, rey de los lidios, lo purifica del crimen y lo acoge en su palacio. Con ocasión de una batida contra un jabalí que asolaba los campos, Adrasto, lanza su venablo contra el animal, pero yerra el tiro y le da al hijo de Creso, causándole la muerte. Adrasto comparece ante el rey y le pide que lo inmole junto al cadáver del príncipe, “pero Creso, al oír estas palabras, y a pesar de hallarse sumido en una desgracia personal tan grande, se compadeció de Adrasto y le dijo: ‘Ya he recibido de ti, extranjero, una cumplida satisfacción, pues tú mismo te condenas a muerte. Pero no eres tú el responsable de este infortunio –salvo en la medida que fuiste su involuntario autor material-, sino probablemente un dios, el mismo que ya hace tiempo me predijo lo que iba a suceder’.”[5]
Retomando el ejemplo de los átridas, en la tragedia esquílea la culpa ancestral es, por decirlo así “actualizada” en cada generación por el linaje de Atreo. Así, Agamenón cumple con la voluntad de Zeus al destruir Troya, pero cometiendo crímenes terribles (la destrucción de los templos y altares y el sacrificio de su propia hija, Ifigenia). Por su parte, Orestes cumple la voluntad de Apolo al matar a Clitemnestra, la adúltera asesina de su marido Agamenón, pero al vengar la sangre paterna el héroe se convierte en matricida.
El héroe de la tragedia esquílea debe tomar siempre una decisión grave que desencadenará su desgracia. Ciertamente, con pocas opciones “pero ello no significa, ni mucho menos, que Esquilo pretenda anular la libertad humana y la responsabilidad del héroe: lo que sí hay, en esta decisión, es una cierta ambigüedad, como si el poeta no deseara insistir demasiado en el juego de culpa/castigo, que, sin embargo, planea en toda la acción trágica”.[6]
El héroe trágico puede obrar de otra manera. Antígona pudo obedecer el decreto de Creón dejando insepulto el cadáver de su hermano y, sin embargo, prefiere cometer un crimen contra la ciudad, pero cumplir las leyes divinas. Ella será castigada. No obstante, Adrasto y Orestes serán absueltos, el primero, como homicida involuntario y, el segundo, por haber ejecutado el matricidio en el cumplimiento de un deber.
[1] Jaeger, W. Alabanza de la Ley. Los orígenes de la filosofía del derecho y los griegos, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1953, p. 34.
[2] Lesky, A.: La tragedia griega, Acantilado, Barcelona, 2001, p. 69.
[3] Poética, XIII.
[4] Vidas Paralelas, Pericles, XXXVI.
[5] Historia, I, 45.
[6] Alsina, J.: “La Orestía” (estudio preliminar) en Esquilo, Tragedias completas, Altaya, 1994, p. 215

lunes, 7 de abril de 2008

Giovinezza




"Forse la giovinezza è solo questo

perenne amare i sensi e no pentirsi."



"Quizá la juventud no es más que este

perenne amor a los sentidos y nunca arrepentirse"


Sandro Penna, Croce e Delizia.

martes, 1 de abril de 2008

Perspectivas del humanismo latino

El sábado pasado me infiltré en un symposium sobre perspectivas del humanismo latino. La verdad sea dicha, no me colé, sino que fui invitado, aunque informalmente, por un amigo que oficiaría de ponente. Por supuesto, no faltó entre los expositores quien recurrió al tópico gastado de la universidad "mercantilizada", ignorante, cuando no derechamente menospreciadora, de las excelencias de la formación clásica, ampliando incluso su crítica a la sociedad entera, adoradora de la "inhumana" y "des-humanizante" bestia, la puta de Babilonia, la perversa economía. Tocaba la casualidad que el symposium era patrocinado, precisamente, por una universidad privada, se desarrollaba en las cómodas instalaciones de la misma y se contaba, además, en calidad de invitado principal, con la presencia del presidente de una generosa fundación privada italiana, dedicada a fomentar la cultura latina. Apenas terminado su largo y -cuando menos para mí insufrible- excursus, el "académico" se retiró ráudamente dejándome, amén de muy irritado, atragantado con algunas objeciones que me hubiera gustado plantearle. Para desahogarme las voy a exponer aquí, en este blog" para todos y para nadie". En primer lugar me parece una cuestión digna de investigar si en el momento actual se podría comprobar factualmente lo que estos pregoneros de la decadencia parecen dejar entrever en su quejas, a saber un declinar de la calidad y cantidad de los estudios humanísticos, sobre todo en el ámbito de la investigación universitaria, en comparación, por ejemplo, con la actividad desplegada en todo el siglo XIX. Sospecho que no. Al menos no a nivel mundial (en Chile, claro, siempre hemos estado muy por debajo del umbral de las naciones civilizadas en estos asuntos). Una segunda cuestión que libremercadoclastas parecen dejar de lado, es que ya sea en el ámbito de la universidad pública como en el de la universidad privada esos estudios e investigaciones se financian con recursos obtenidos directa o indirectamente de los contribuyentes, vale decir, de los sujetos privados y que su mayor o menor volumen depende, a fin de cuentas, del crecimiento económico de las naciones. Contra lo que esta genre cree, la pura voluntad política no financia la restauración y preservación de manuscritos, la enseñanza del latín y del griego o las becas de investigación. Una segunda cuestión sobre la que sería necesario reflexionar detenidamente es si la sede propia de los estudios humanísticos es la universidad. Es cierto que ni en la universidad pública -masiva, politizada y burocrática- ni en la generalidad de las universidades privadas que operan -sin que en ello vea yo algo nefando- bajo criterios empresariales, los estudios humanísticos constituyen la prioridad. Pero es que es hora de darnos por enterados que ya quedó definitivamente atrás la época en que la cultura clásica era vista como el saber por excelencia, como la sabiduría máxima a la cual la humanidad podía aspirar. Podemos compartir o no esta valoración, pero el hecho indesmentible es que, si se me permite decirlo en términos estadísticos, un porcentaje muy bajo de la población considera hoy por hoy que la verdad está en Aristóteles, en Cicerón o en Petrarca. Gústenos o no, en una sociedad democrática, la universidad responde a lo valores predominantes. A Nietzsche le gustaba repetir aquello de "pulchrum paucorum hominum est". La cultura clásica y el humanismo latino fueron, son y me temo que seguirán siendo asunto de pocos. ¿Podemos entonces exigirle a la universidad que les adjudique la máxima prioridad, que los consagre como estudios eminentes? Personalmente tal cosa me parece un despropósito. El humanismo renacentista fue obra de unos pocos, por cierto, generosamente financiados por mecenas privados, muchos de ellos mercaderes, la odiada gente rica. En mi opinión, el cultivo de la cultura clásica no tiene por qué ser monopolio de la universidad. Su pervivencia depende menos de políticas públicas o de transvaloraciones culturales difícilmente realizables, que de la existencia de un puñado de entusiastas, de locos enamorados del griego y del latín, o todo lo más, de pequeños cenáculos de estos sujetos extemporáneos, anacrónicos, desprovistos de burocracia y amparados -esto nunca cambiará- por generosos mecenas privados. Al fin y al cabo la apropiación de la cultura es un acto solitario y heroico.

jueves, 13 de marzo de 2008

Quousque tandem abutere, Warnken, patientia nostra?

¿Hasta cuándo, Warnken, seguirás abusando de nuestra paciencia? ¿Por cuánto tiempo aún tendremos que soportar tus lloriqueos? ¿Hasta qué límite llegará, en su impudor, tu desenfrenado exhibicionismo?

jueves, 28 de febrero de 2008

La novela de la vida

"Cada cual es también el autor de su biografía, el biógrafo de sí mismo. Es él quien escribe su propia novela y es consciente de que le está encomendada esa tarea. Eso es lo que explica que casi todo el mundo haya comenzado a escribir alguna vez en su vida una novela.
"El problema está en cómo le ha salido a la persona singular la exposición de su vida. Es cosa que nada tiene que ver ni con sus circunstancias externas ni tampoco con que su novela tenga un final feliz. El problema está, antes al contrario, en el modo como la persona singular ha administrado sus talentos -y éstos le están dados por anticipado, antes de que ella viera la luz de este mundo."
Enrst Jünger, La Tijera.

martes, 26 de febrero de 2008

martes, 12 de febrero de 2008

No hay Oriente para este mundo

Este mundo no tiene recepción. Ningún Dios se muestra ni llama. Toda obra verdadera, como todo individuo verdadero, es primero algo "que no es". Al no estar conforme con nada de lo que es, lo que todavía no es no corresponde a nada. Hay que obrar a partir de lo que no se sabe para llegar no se sabe adónde.
Ningún maestro, ninguna crítica tienen que seguirse.
No hay ningún estudio de mercado que pueda implementarse para asegurar que aquello que no es no vaya a ser esperado por quienes lo ignoran.
No hay ninguna ciencia posible, crítica posible, consejo posible, voluntad posible para lo que no es. Sin ninguna estrella que guíe, hay que seguir firmemente la estrella ausente del lenguaje.

Pascal Quignard, Retórica especulativa, p. 86.

lunes, 4 de febrero de 2008

"Al menos seamos amigos"

La amistad no es cosa baladí ni de segundo orden. No es el premio de consuelo tras romper como amantes . Para los antiguos la amistad era la forma más perfecta de amor ya que no pasaba por el deseo de posesión física, característico de los amantes eróticos. Hasta diría que por esa misma razón es más difícil y sobre todo más lento, infinitamente más lento, que surja la amistad que el amor erótico, puesto que aquélla no tiene el aliciente súbito de la pasión -poderoso combustible-, sino que surge paulatinamente como un afecto sereno y desinteresado.
Lo anterior explica asimismo que el estado previo de amantes sea más bien un obstáculo antes que condición favorable para una ulterior amistad. Pese a lo que pueda aparentarse con las formas "civilizadas" y supuestamente lenitivas de terminar una relación, lo cierto es que no hay rupturas inocuas. La ruptura de la relación erótica deja muchas esquirlas clavadas profundamente en la carne de los que alguna vez se amaron. Y aun en el muy improbable caso que hayamos conseguido extirparlas, que no queden a estas alturas recores ni deudas por pagar, siempre permanece en el corazón de uno la esperanza de recobrar el amor del otro, con lo cual la amistad se vuelve interesada y falsa en cuanto mero instrumento para recuperar al amante perdido.

Por otro lado es condición imprescindible para la amistad, como también observaron sabiamente los antiguos, la igualdad entre los amigos. Sólo entre iguales puede haber amistad. El amor erótico es, en cambio, infinitamente más democrático. Puede surgir entre los sujetos más dispares. La amistad no. ¡Y cuántos mundos de diferencia nos separan de quienes otrora fueron nuestros jóvenes amantes!

lunes, 28 de enero de 2008

Determinaciones para 2008.

El último día de 2007 lo pasé solo. Inventariando mis libros sobre la Antigüedad clásica. Los libros, viejos amigos que jamás defraudan. Pues bien, mientras realizaba esa utilísima aunque tantas veces postergada tarea, maquinaba mis buenos y malos propósitos para 2008.
Entre las varias determinaciones que adpoté, acaso la más importante sea la de romper definitivamente todo vínculo con lo que podríamos llamar "mis ex". Acabar de una vez por todas con todo ese penoso lastre. Limpiar el desván de los cadáveres a medio podrir. Aullentar a los tristes espectros de-lo-que-pudo-ser-pero-no-fue y, especialmente, arrancar de mi corazón toda esperanza acerca de lo que podría-volver-a-ser. Sin la más mínima consideración ni cortesía. Sin explicaciones. No responder correos, ni llamadas telefónicas. Simplemente desaparecer. Forever.
También me he propuesto no emprender ninguna aventura sexual que implique compromiso emocional. Preferir la rápida incursión a los cotos de caza habituales sobre los juegos sutiles y morosos de la seducción. Renunciar a la conquista, al coqueteo intelectual, a todo lo que signifique tiempo y desgaste. Todavía mejor, me autoprescribí un régimen estricto de amor venal. Se pierde menos tiempo y uno no queda debiendo nada. Do ut des. Por veintemil pesos se compra un cuerpo apetecible y con suerte una amena charla post coitum. Nunca se alabará suficientemente al divino Mercurio de alados pies.
Cultivar nuevas amistades y apuntalar algunas de las viejas. Sólo las que valga la pena, vale decir, las que todavía puedan prestarnos algún servicio útil.
Escribir. Terminar mi libro y tanto artículo inconcluso.
Viajar. Hacia las Islas Afortunadas.