
Anoche, víctima, una vez más, de un inexplicable desasosiego, cogí al azar un libro de poesía para ver si la lectura calmaba, o al menos distraía por momentos, aquella angustia. Y me detuve en los siguientes versos de Giuseppe Ungaretti:
Con mi hambre de lobo
renuncio
a mi cuerpo de oveja
Inmediatamente se me vino a la mente Tannhäuser, el poeta con el corazón dividido entre Venus y María. Existe una especie de síndrome de Tannhäuser, aún no descrito por la psicología: el del libertino que padece remordimientos. La lucha que se libra en nuestro interior entre Dioniso y el Crucificado. Wagner es un buen ejemplo. Todo libertino, tarde o temprano, termina fantaseando con la castidad. Wagner o la castidad como fetiche. Si abandonar la militiam Veneris no está al humano alcance -me declaro, amigos, incapaz de desertar- ¿cómo llegar a ser un perfecto sátiro? Sospecho que Sade tuvo la respuesta. También los poetas antiguos.
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