martes, 1 de abril de 2008

Perspectivas del humanismo latino

El sábado pasado me infiltré en un symposium sobre perspectivas del humanismo latino. La verdad sea dicha, no me colé, sino que fui invitado, aunque informalmente, por un amigo que oficiaría de ponente. Por supuesto, no faltó entre los expositores quien recurrió al tópico gastado de la universidad "mercantilizada", ignorante, cuando no derechamente menospreciadora, de las excelencias de la formación clásica, ampliando incluso su crítica a la sociedad entera, adoradora de la "inhumana" y "des-humanizante" bestia, la puta de Babilonia, la perversa economía. Tocaba la casualidad que el symposium era patrocinado, precisamente, por una universidad privada, se desarrollaba en las cómodas instalaciones de la misma y se contaba, además, en calidad de invitado principal, con la presencia del presidente de una generosa fundación privada italiana, dedicada a fomentar la cultura latina. Apenas terminado su largo y -cuando menos para mí insufrible- excursus, el "académico" se retiró ráudamente dejándome, amén de muy irritado, atragantado con algunas objeciones que me hubiera gustado plantearle. Para desahogarme las voy a exponer aquí, en este blog" para todos y para nadie". En primer lugar me parece una cuestión digna de investigar si en el momento actual se podría comprobar factualmente lo que estos pregoneros de la decadencia parecen dejar entrever en su quejas, a saber un declinar de la calidad y cantidad de los estudios humanísticos, sobre todo en el ámbito de la investigación universitaria, en comparación, por ejemplo, con la actividad desplegada en todo el siglo XIX. Sospecho que no. Al menos no a nivel mundial (en Chile, claro, siempre hemos estado muy por debajo del umbral de las naciones civilizadas en estos asuntos). Una segunda cuestión que libremercadoclastas parecen dejar de lado, es que ya sea en el ámbito de la universidad pública como en el de la universidad privada esos estudios e investigaciones se financian con recursos obtenidos directa o indirectamente de los contribuyentes, vale decir, de los sujetos privados y que su mayor o menor volumen depende, a fin de cuentas, del crecimiento económico de las naciones. Contra lo que esta genre cree, la pura voluntad política no financia la restauración y preservación de manuscritos, la enseñanza del latín y del griego o las becas de investigación. Una segunda cuestión sobre la que sería necesario reflexionar detenidamente es si la sede propia de los estudios humanísticos es la universidad. Es cierto que ni en la universidad pública -masiva, politizada y burocrática- ni en la generalidad de las universidades privadas que operan -sin que en ello vea yo algo nefando- bajo criterios empresariales, los estudios humanísticos constituyen la prioridad. Pero es que es hora de darnos por enterados que ya quedó definitivamente atrás la época en que la cultura clásica era vista como el saber por excelencia, como la sabiduría máxima a la cual la humanidad podía aspirar. Podemos compartir o no esta valoración, pero el hecho indesmentible es que, si se me permite decirlo en términos estadísticos, un porcentaje muy bajo de la población considera hoy por hoy que la verdad está en Aristóteles, en Cicerón o en Petrarca. Gústenos o no, en una sociedad democrática, la universidad responde a lo valores predominantes. A Nietzsche le gustaba repetir aquello de "pulchrum paucorum hominum est". La cultura clásica y el humanismo latino fueron, son y me temo que seguirán siendo asunto de pocos. ¿Podemos entonces exigirle a la universidad que les adjudique la máxima prioridad, que los consagre como estudios eminentes? Personalmente tal cosa me parece un despropósito. El humanismo renacentista fue obra de unos pocos, por cierto, generosamente financiados por mecenas privados, muchos de ellos mercaderes, la odiada gente rica. En mi opinión, el cultivo de la cultura clásica no tiene por qué ser monopolio de la universidad. Su pervivencia depende menos de políticas públicas o de transvaloraciones culturales difícilmente realizables, que de la existencia de un puñado de entusiastas, de locos enamorados del griego y del latín, o todo lo más, de pequeños cenáculos de estos sujetos extemporáneos, anacrónicos, desprovistos de burocracia y amparados -esto nunca cambiará- por generosos mecenas privados. Al fin y al cabo la apropiación de la cultura es un acto solitario y heroico.

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