Nietzsche se consideraba a sí mismo un “intempestivo” y, congruente con esa autocomprensión, dejó pocas observaciones sobre la contingencia política de su tiempo. Pese a que él era muy miope, su visión (filosófica) fue de largo alcance. No escribió para sus contemporáneos (que apenas le prestaron atención) sino para“el último hombre”, vale decir, para nosotros, los posmodernos. Nietzsche fue para mí (como para tantos otros adolescentes) el guía espiritual de la primera juventud, sobre todo a través de sus últimas obras, las que precedieron a (o fueron síntoma de) su locura. Hoy, ya frisando la cuarentena, vuelvo a sus primeros escritos y, cual Schlieman excavando sobre Troya, gozo desenterrando joyas de intuición sobre fenómenos de “candente actualidad” (como diría cualquier periodista). Esta tarde, por ejemplo, descubrí un aforismo (38) en “La gaya ciencia" titulado: “Los explosivos” que explica certeramente la psicologïa de los jóvenes movilizados:
“Si se considera cuán necesitada de explosión yace la fuerza de los jóvenes, no ha de extrañar a nadie la indelicadeza y falta de discriminación con que se deciden por tal o cual causa: lo que les incita es la visión del afán que tal causa suscita, dijérase la visión de la mecha encendida - no la causa misma. Por eso, los seductores sutiles saben cómo prometerles la explosión absteniéndose de fundamentar su causa: ¡No es con razones como se conquista a esos barriles de pólvora!”
"Todas las pasiones nos hacen cometer errores, pero los del amor son más ridículos". LaRochefoucauld
sábado, 9 de julio de 2011
domingo, 3 de julio de 2011
Cuadros de una exposición
“...los cuadros son los objetos más preciosos de una casa, y por eso, en caso de incendio, serían lo primero, si no lo único, que debería ponerse a salvo, como en otro tiempo los lares. ¿Quién puede determinar la influencia de los cuadros en los cuartos de trabajo, en las piezas nobles, en la habitación en que la madre espera un niño? Unos adquieren pleno sentido en viviendas modestas, otros en los palacios, otros en fin en las iglesias. Resulta triste verlos en los museos.”
Ernst Jünger, Heliópolis (Seix Barral), p. 125.
Resulta triste ver los cuadros en los museos, en abigarrada e irrespetuosa promiscuidad de almacén. Esto explica el sentimiento de vértigo y náusea que me provocan El Prado y demás museos de alta densidad pictórica. Cada cuadro merece un santuario y una devoción particulares. El tríptico del “Jardín de las delicias" exige su propio sancta sanctorum o, por lo menos, una sala propia. Otro tanto el del “Carro de heno” o el sobrecogedor retrato ecuestre de Carlos V pintado por Tiziano, tras la batalla de Mühlberg. Tal como se los expone hoy en día, adocenados, quedan sometidos a una impía banalización, reducidos a la categoría de atracción efímera para turistas.
Ernst Jünger, Heliópolis (Seix Barral), p. 125.
Resulta triste ver los cuadros en los museos, en abigarrada e irrespetuosa promiscuidad de almacén. Esto explica el sentimiento de vértigo y náusea que me provocan El Prado y demás museos de alta densidad pictórica. Cada cuadro merece un santuario y una devoción particulares. El tríptico del “Jardín de las delicias" exige su propio sancta sanctorum o, por lo menos, una sala propia. Otro tanto el del “Carro de heno” o el sobrecogedor retrato ecuestre de Carlos V pintado por Tiziano, tras la batalla de Mühlberg. Tal como se los expone hoy en día, adocenados, quedan sometidos a una impía banalización, reducidos a la categoría de atracción efímera para turistas.
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