viernes, 9 de octubre de 2009

Merci, Donatien Alphonse François

Debo al divino marqués, entre muchas enseñanzas de gran provecho, la soberbia expresión "templos de la lubricidad" para referir ciertas cavidades en la geografía corporal cuya mención es causa de pudor entre las gentes educadas. Siendo, como soy, un sujeto piadoso con los dioses antiguos, en mi panteón personal ocupan, la irresistible Cipris y el imbatible Eros, lugar muy principal. Con todo, debo reconocer que, en mi caso, sólo he sido capaz de depositar mis exvotos en uno de los templos, aquel que Sade llama, en aquellos felices momentos en que se cansa del lenguaje más procaz, "encantador asilo de los más dulces placeres". El otro templo, hasta donde sé, el más visitado por los venéreos peregrinos, es para mí, en cambio, mysterium. Y, a estas alturas de mi vida, acaso más por capricho de la madre naturaleza en la dirección del gusto que por principio, precisamente esa iniciación mistérica no me atrae en absoluto.

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