lunes, 28 de abril de 2008

¿Abandonar la militiam Veneris?



Anoche, víctima, una vez más, de un inexplicable desasosiego, cogí al azar un libro de poesía para ver si la lectura calmaba, o al menos distraía por momentos, aquella angustia. Y me detuve en los siguientes versos de Giuseppe Ungaretti:

Con mi hambre de lobo

renuncio

a mi cuerpo de oveja


Inmediatamente se me vino a la mente Tannhäuser, el poeta con el corazón dividido entre Venus y María. Existe una especie de síndrome de Tannhäuser, aún no descrito por la psicología: el del libertino que padece remordimientos. La lucha que se libra en nuestro interior entre Dioniso y el Crucificado. Wagner es un buen ejemplo. Todo libertino, tarde o temprano, termina fantaseando con la castidad. Wagner o la castidad como fetiche. Si abandonar la militiam Veneris no está al humano alcance -me declaro, amigos, incapaz de desertar- ¿cómo llegar a ser un perfecto sátiro? Sospecho que Sade tuvo la respuesta. También los poetas antiguos.

jueves, 24 de abril de 2008

miércoles, 23 de abril de 2008

Culpa trágica y justicia poética

Se suele afirmar que la necesidad de una culpa personal como fundamento del castigo penal o divino aparece, recién, como consecuencia de las reflexiones moralizantes del estoicismo o, todavía más tarde, con el pensamiento cristiano. En consonancia con este lugar común, también se ha repetido una y otra vez que Antigüedad clásica no habría manifestado reparos ante la circunstancia que un individuo fuera castigado por un hecho personal no culpable o, inclusive, por el crimen de terceros. Y, en efecto, la literatura griega describe varios casos de individuos que fueron castigados, por ejemplo, por faltas de sus ancestros. La tragedia ática nos muestra cómo el parricidio e incesto de Edipo traerá la desgracia a su progenie y cómo la siniestra acción de Atreo (que sirvió a su hermano Tiestes los miembros de sus propios hijos en un banquete) acarreará muerte y perdición a sus descendientes, los átridas.
A los modernos nos resulta incomprensible esta objetivación de la culpa y no conseguimos explicar por qué los griegos trasladaron el concepto de dike (justicia) del mundo social humano al mundo en general.[1] Por alguna razón que desconocemos, ellos pensaban que actos inicuos de un mortal podrían trastrocar el orden justo del universo y producir consecuencias cósmicas. Para el pensamiento de los antiguos, una culpa que no es imputable subjetivamente, pero que objetivamente existe con toda gravedad, es una abominación para los dioses y los hombres y puede infectar al país entero.[2]
Nuestro viejo amigo Aristóteles, aventura una explicación un tanto cínica: la desgracia inmerecida es un elemento esencial de la tragedia, puesto que el efecto propio de este género es, junto al temor, la compasión y, según el estagirita,“la compasión se funda en lo inmerecido de la desdicha”.[3]
Ahora bien, la tajante afirmación de que el mundo antiguo ignora el concepto de culpa personal, pudiera obedecer a una visión demasiado simplificadora, que convendría matizar. Y nuevamente la literatura nos proporciona preciosa evidencia.
Los griegos de tiempos de Pericles parecían conocer la distinción jurídica entre un crimen voluntario y uno involuntario, a efectos de su castigo. Plutarco nos refiere que “con ocasión de que uno de los atletas en los juegos había herido y muerto involuntariamente con un dardo a Epitimo de Farsalia”, Pericles y su amigo, el sofista Protágoras, debatieron todo un día “si sería el dardo, o el que le tiró, o los jueces del concurso, a quien conforme a recta razón se diese la culpa de aquel accidente”.[4]
Heródoto, por su parte, nos cuenta la historia de Adrasto, que fue desterrado por haber matado, sin querer, a su hermano. Creso, rey de los lidios, lo purifica del crimen y lo acoge en su palacio. Con ocasión de una batida contra un jabalí que asolaba los campos, Adrasto, lanza su venablo contra el animal, pero yerra el tiro y le da al hijo de Creso, causándole la muerte. Adrasto comparece ante el rey y le pide que lo inmole junto al cadáver del príncipe, “pero Creso, al oír estas palabras, y a pesar de hallarse sumido en una desgracia personal tan grande, se compadeció de Adrasto y le dijo: ‘Ya he recibido de ti, extranjero, una cumplida satisfacción, pues tú mismo te condenas a muerte. Pero no eres tú el responsable de este infortunio –salvo en la medida que fuiste su involuntario autor material-, sino probablemente un dios, el mismo que ya hace tiempo me predijo lo que iba a suceder’.”[5]
Retomando el ejemplo de los átridas, en la tragedia esquílea la culpa ancestral es, por decirlo así “actualizada” en cada generación por el linaje de Atreo. Así, Agamenón cumple con la voluntad de Zeus al destruir Troya, pero cometiendo crímenes terribles (la destrucción de los templos y altares y el sacrificio de su propia hija, Ifigenia). Por su parte, Orestes cumple la voluntad de Apolo al matar a Clitemnestra, la adúltera asesina de su marido Agamenón, pero al vengar la sangre paterna el héroe se convierte en matricida.
El héroe de la tragedia esquílea debe tomar siempre una decisión grave que desencadenará su desgracia. Ciertamente, con pocas opciones “pero ello no significa, ni mucho menos, que Esquilo pretenda anular la libertad humana y la responsabilidad del héroe: lo que sí hay, en esta decisión, es una cierta ambigüedad, como si el poeta no deseara insistir demasiado en el juego de culpa/castigo, que, sin embargo, planea en toda la acción trágica”.[6]
El héroe trágico puede obrar de otra manera. Antígona pudo obedecer el decreto de Creón dejando insepulto el cadáver de su hermano y, sin embargo, prefiere cometer un crimen contra la ciudad, pero cumplir las leyes divinas. Ella será castigada. No obstante, Adrasto y Orestes serán absueltos, el primero, como homicida involuntario y, el segundo, por haber ejecutado el matricidio en el cumplimiento de un deber.
[1] Jaeger, W. Alabanza de la Ley. Los orígenes de la filosofía del derecho y los griegos, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1953, p. 34.
[2] Lesky, A.: La tragedia griega, Acantilado, Barcelona, 2001, p. 69.
[3] Poética, XIII.
[4] Vidas Paralelas, Pericles, XXXVI.
[5] Historia, I, 45.
[6] Alsina, J.: “La Orestía” (estudio preliminar) en Esquilo, Tragedias completas, Altaya, 1994, p. 215

lunes, 7 de abril de 2008

Giovinezza




"Forse la giovinezza è solo questo

perenne amare i sensi e no pentirsi."



"Quizá la juventud no es más que este

perenne amor a los sentidos y nunca arrepentirse"


Sandro Penna, Croce e Delizia.

martes, 1 de abril de 2008

Perspectivas del humanismo latino

El sábado pasado me infiltré en un symposium sobre perspectivas del humanismo latino. La verdad sea dicha, no me colé, sino que fui invitado, aunque informalmente, por un amigo que oficiaría de ponente. Por supuesto, no faltó entre los expositores quien recurrió al tópico gastado de la universidad "mercantilizada", ignorante, cuando no derechamente menospreciadora, de las excelencias de la formación clásica, ampliando incluso su crítica a la sociedad entera, adoradora de la "inhumana" y "des-humanizante" bestia, la puta de Babilonia, la perversa economía. Tocaba la casualidad que el symposium era patrocinado, precisamente, por una universidad privada, se desarrollaba en las cómodas instalaciones de la misma y se contaba, además, en calidad de invitado principal, con la presencia del presidente de una generosa fundación privada italiana, dedicada a fomentar la cultura latina. Apenas terminado su largo y -cuando menos para mí insufrible- excursus, el "académico" se retiró ráudamente dejándome, amén de muy irritado, atragantado con algunas objeciones que me hubiera gustado plantearle. Para desahogarme las voy a exponer aquí, en este blog" para todos y para nadie". En primer lugar me parece una cuestión digna de investigar si en el momento actual se podría comprobar factualmente lo que estos pregoneros de la decadencia parecen dejar entrever en su quejas, a saber un declinar de la calidad y cantidad de los estudios humanísticos, sobre todo en el ámbito de la investigación universitaria, en comparación, por ejemplo, con la actividad desplegada en todo el siglo XIX. Sospecho que no. Al menos no a nivel mundial (en Chile, claro, siempre hemos estado muy por debajo del umbral de las naciones civilizadas en estos asuntos). Una segunda cuestión que libremercadoclastas parecen dejar de lado, es que ya sea en el ámbito de la universidad pública como en el de la universidad privada esos estudios e investigaciones se financian con recursos obtenidos directa o indirectamente de los contribuyentes, vale decir, de los sujetos privados y que su mayor o menor volumen depende, a fin de cuentas, del crecimiento económico de las naciones. Contra lo que esta genre cree, la pura voluntad política no financia la restauración y preservación de manuscritos, la enseñanza del latín y del griego o las becas de investigación. Una segunda cuestión sobre la que sería necesario reflexionar detenidamente es si la sede propia de los estudios humanísticos es la universidad. Es cierto que ni en la universidad pública -masiva, politizada y burocrática- ni en la generalidad de las universidades privadas que operan -sin que en ello vea yo algo nefando- bajo criterios empresariales, los estudios humanísticos constituyen la prioridad. Pero es que es hora de darnos por enterados que ya quedó definitivamente atrás la época en que la cultura clásica era vista como el saber por excelencia, como la sabiduría máxima a la cual la humanidad podía aspirar. Podemos compartir o no esta valoración, pero el hecho indesmentible es que, si se me permite decirlo en términos estadísticos, un porcentaje muy bajo de la población considera hoy por hoy que la verdad está en Aristóteles, en Cicerón o en Petrarca. Gústenos o no, en una sociedad democrática, la universidad responde a lo valores predominantes. A Nietzsche le gustaba repetir aquello de "pulchrum paucorum hominum est". La cultura clásica y el humanismo latino fueron, son y me temo que seguirán siendo asunto de pocos. ¿Podemos entonces exigirle a la universidad que les adjudique la máxima prioridad, que los consagre como estudios eminentes? Personalmente tal cosa me parece un despropósito. El humanismo renacentista fue obra de unos pocos, por cierto, generosamente financiados por mecenas privados, muchos de ellos mercaderes, la odiada gente rica. En mi opinión, el cultivo de la cultura clásica no tiene por qué ser monopolio de la universidad. Su pervivencia depende menos de políticas públicas o de transvaloraciones culturales difícilmente realizables, que de la existencia de un puñado de entusiastas, de locos enamorados del griego y del latín, o todo lo más, de pequeños cenáculos de estos sujetos extemporáneos, anacrónicos, desprovistos de burocracia y amparados -esto nunca cambiará- por generosos mecenas privados. Al fin y al cabo la apropiación de la cultura es un acto solitario y heroico.