Se suele afirmar que la necesidad de una culpa personal como fundamento del castigo penal o divino aparece, recién, como consecuencia de las reflexiones moralizantes del estoicismo o, todavía más tarde, con el pensamiento cristiano. En consonancia con este lugar común, también se ha repetido una y otra vez que Antigüedad clásica no habría manifestado reparos ante la circunstancia que un individuo fuera castigado por un hecho personal no culpable o, inclusive, por el crimen de terceros. Y, en efecto, la literatura griega describe varios casos de individuos que fueron castigados, por ejemplo, por faltas de sus ancestros. La tragedia ática nos muestra cómo el parricidio e incesto de Edipo traerá la desgracia a su progenie y cómo la siniestra acción de Atreo (que sirvió a su hermano Tiestes los miembros de sus propios hijos en un banquete) acarreará muerte y perdición a sus descendientes, los átridas.
A los modernos nos resulta incomprensible esta objetivación de la culpa y no conseguimos explicar por qué los griegos trasladaron el concepto de dike (justicia) del mundo social humano al mundo en general.
[1] Por alguna razón que desconocemos, ellos pensaban que actos inicuos de un mortal podrían trastrocar el orden justo del universo y producir consecuencias cósmicas. Para el pensamiento de los antiguos, una culpa que no es imputable subjetivamente, pero que objetivamente existe con toda gravedad, es una abominación para los dioses y los hombres y puede infectar al país entero.
[2]Nuestro viejo amigo Aristóteles, aventura una explicación un tanto cínica: la desgracia inmerecida es un elemento esencial de la tragedia, puesto que el efecto propio de este género es, junto al temor, la compasión y, según el estagirita,“la compasión se funda en lo inmerecido de la desdicha”.
[3]Ahora bien, la tajante afirmación de que el mundo antiguo ignora el concepto de culpa personal, pudiera obedecer a una visión demasiado simplificadora, que convendría matizar. Y nuevamente la literatura nos proporciona preciosa evidencia.
Los griegos de tiempos de Pericles parecían conocer la distinción jurídica entre un crimen voluntario y uno involuntario, a efectos de su castigo. Plutarco nos refiere que “con ocasión de que uno de los atletas en los juegos había herido y muerto involuntariamente con un dardo a Epitimo de Farsalia”, Pericles y su amigo, el sofista Protágoras, debatieron todo un día “si sería el dardo, o el que le tiró, o los jueces del concurso, a quien conforme a recta razón se diese la culpa de aquel accidente”.
[4]Heródoto, por su parte, nos cuenta la historia de Adrasto, que fue desterrado por haber matado, sin querer, a su hermano. Creso, rey de los lidios, lo purifica del crimen y lo acoge en su palacio. Con ocasión de una batida contra un jabalí que asolaba los campos, Adrasto, lanza su venablo contra el animal, pero yerra el tiro y le da al hijo de Creso, causándole la muerte. Adrasto comparece ante el rey y le pide que lo inmole junto al cadáver del príncipe, “pero Creso, al oír estas palabras, y a pesar de hallarse sumido en una desgracia personal tan grande, se compadeció de Adrasto y le dijo: ‘Ya he recibido de ti, extranjero, una cumplida satisfacción, pues tú mismo te condenas a muerte. Pero no eres tú el responsable de este infortunio –salvo en la medida que fuiste su involuntario autor material-, sino probablemente un dios, el mismo que ya hace tiempo me predijo lo que iba a suceder’.”
[5]Retomando el ejemplo de los átridas, en la tragedia esquílea la culpa ancestral es, por decirlo así “actualizada” en cada generación por el linaje de Atreo. Así, Agamenón cumple con la voluntad de Zeus al destruir Troya, pero cometiendo crímenes terribles (la destrucción de los templos y altares y el sacrificio de su propia hija, Ifigenia). Por su parte, Orestes cumple la voluntad de Apolo al matar a Clitemnestra, la adúltera asesina de su marido Agamenón, pero al vengar la sangre paterna el héroe se convierte en matricida.
El héroe de la tragedia esquílea debe tomar siempre una decisión grave que desencadenará su desgracia. Ciertamente, con pocas opciones “pero ello no significa, ni mucho menos, que Esquilo pretenda anular la libertad humana y la responsabilidad del héroe: lo que sí hay, en esta decisión, es una cierta ambigüedad, como si el poeta no deseara insistir demasiado en el juego de culpa/castigo, que, sin embargo, planea en toda la acción trágica”.
[6]El héroe trágico puede obrar de otra manera. Antígona pudo obedecer el decreto de Creón dejando insepulto el cadáver de su hermano y, sin embargo, prefiere cometer un crimen contra la ciudad, pero cumplir las leyes divinas. Ella será castigada. No obstante, Adrasto y Orestes serán absueltos, el primero, como homicida involuntario y, el segundo, por haber ejecutado el matricidio en el cumplimiento de un deber.
[1] Jaeger, W.
Alabanza de la Ley. Los orígenes de la filosofía del derecho y los griegos, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1953, p. 34.
[2] Lesky, A.:
La tragedia griega, Acantilado, Barcelona, 2001, p. 69.
[3] Poética, XIII.
[4] Vidas Paralelas, Pericles, XXXVI.
[5] Historia, I, 45.
[6] Alsina, J.: “La Orestía” (estudio preliminar) en
Esquilo, Tragedias completas, Altaya, 1994, p. 215