viernes, 16 de enero de 2009

El juicio contra Orestes

El poeta trágico Esquilo (525 a.C.-455 a.C.) vivió dos grandes y decisivos sucesos de Atenas: el nacimiento de la democracia y la guerra contra los persas. Se cuenta que peleó en Maratón, el 490 a.C. y que sólo de ello se vanaglorió en su epitafio. Hay quien opina que su circunstancia vital explica el entusiasmo democrático y patriótico que trasuntan todas sus obras.


La más grande de todas, es Orestíada, una trilogía cuyo argumento es el siguiente: El asesinato Agamenón, vencedor de Troya, a manos de su mujer, Clitemnestra (en Agamenón); el castigo de ésta, por mano de su hijo Orestes (en Coéforos); y la purificación del matricida (en Euménides).


En Euménides, Esquilo nos muestra a Orestes que, perseguido por las horribles Erinias, busca en Delfos la protección y el consejo del dios Apolo, instigador del matricidio. Éste adormece a sus implacables perseguidoras, y aconseja a Orestes partir de inmediato a Atenas para ponerse, en la colina del Areópago, al amparo de la sabia diosa Palas (Atenea).


Entretanto, el fantasma de Clitemnestra despierta a las Erinias y les recuerda su misión. Éstas representan a los dioses primigenios y defienden un concepto primitivo de justicia, forjado en los oscuros tiempos del matriarcado. Las Furias reclaman la venganza de la sangre materna vertida por Orestes y reprochan al dios haberlo dejado huir, mancillando de este modo su propio templo.


El “caso Orestes” es complejo. Bajo el viejo sistema feudal, los clanes estaban atados por vínculos de sangre. Orestes, por ser el consanguíneo más próximo de Agamenón, estaba obligado a vengar a su padre. Pero al cumplir con este deber cometió, a su vez, un crimen abominable.


Los dioses olímpicos simpatizan con Orestes. Podrían, sin más, desdeñar a las Erinias y darle la razón a aquél. Sin embargo, Esquilo, por boca de Atenea, nos advierte sobre las consecuencias de semejante arbitrariedad: “Empero unos derechos tienen éstas/ que no resulta fácil conculcar,/ y si no alcanzan fallo victorioso/ en este pleito, invadirá la tierra/ el veneno de su resentimiento,/ peste insufrible.”


Atenea decide someter el asunto a un juicio justo: “…escogeré/ jueces atados por gran juramento/ y luego en un augusto tribunal/ lo tornaré, que dure para siempre./ Buscadme los testigos y las pruebas,/ juramentado auxilio del derecho./ Yo voy recoger la flor y nata/ de mi ciudad, y volveré al instante/ para que justamente el pleito fallen/ sin transgredir en nada el juramento/ con espíritu inicuo y alevoso.”


Antes que se instale siquiera el flamante tribunal del Areópago, las impaciente Erinias inician su alegato, advirtiendo sobre perniciosas secuelas sociales “si triunfa el derecho asesino de este matricida”.


Vuelve Palas con los jueces y da la palabra a las Furias, puesto que “si quien acusa habla el primero, puede/ narrar muy bien los puntos del litigio”. Interrogan éstas a Orestes y obtienen, sin mayores dificultades, que confiese: “le segué la garganta, lo confieso,/ con una espada que mi brazo armaba”. Orestes alega que su madre se había manchado antes con doble crimen, porque asesinó a Agamenón, que era padre y esposo. Las Erinias replican que el delito de Clitemnestra no es tan grave como el suyo, porque “no comparten su sangre los esposos”.


Tendrían que pasar muchos siglos para que la dogmática penal concibiera las “causales de justificación” que eliminan la ilicitud de un acto que de no concurrir alguna de ellas sería delito. No obstante, un germen de éstas aparece en el llamado que hace Orestes a Febo para que testifique a su favor: “Explícame, oh Apolo, si la vida/ le quité justamente. Porque el hecho/ tal como sucedió, yo no lo niego.”


Apolo recurre a un tecnicismo machista “del hijo no es la madre engendradora,/ es nodriza tan solo de la siembra/ que en ella se sembró./ Quien la fecunda/ ése es engendrador…” Los jurados están divididos en iguales partes a favor de Orestes y de las Erinias. El empate lo dirime Atenea con argumentos no menos machistas: “…Soy, sin reserva,/ del bando de mi padre. De este modo,/ no prefiero el destino de una hembra/ que muerte dio a su esposo, de una casa/ dueño y señor. Orestes gana el pleito/ aunque haya empate.”


En este primer juicio oral de la Historia, Esquilo confronta, de una parte, una concepción patriarcal de la sociedad frente a una matriarcal, más primitiva, y, por otra, nos muestra, en lenguaje mítico, la sustitución del viejo principio de retribución del “ojo por ojo” por la nueva legalidad de la Polis.

2 comentarios:

Ó dijo...

El año pasado me dieron un par de conferencias (Maria Fatima Sousa da Silva) una profe de Portugal sobre las diferencias entre la Orestíada y el Orestes de Eurípides: ya haré una entrada sobre esto... aunque confieso no haber leído las obras es un tema muy muy interesante la comparación de las sentencias.

Ovidio redivivo dijo...

hmm, no recuerdo haber leído el Orestes de Eurípides, pero concuerdo contigo que seria un ejercicio interesante confrontar ambas versiones. Se suele afirmar que Esquilo y Euripides son dos naturalezas muy distintas y en ciertos aspectos opuestas. Me gustaria comprobar si ese antagonismo se manifiesta también en estas obras. Gracias por la sugerencia. Me llevaré a estos dos viejos amigos en mi huida del tórrido verano Santiaguino.
Saludos.
OR