Leo, entre sorprendido y gozoso, los seminarios que dictara durante 1982 y 1983 Cornelius Castoriadis en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de París, bajo el título de "Lo que hace a Grecia". Por esa época cursé yo séptimo y octavo de la enseñanza básica y en mi infantil barbarie no sospechaba siquiera los placeres que ofrecería a mi inteligencia la primera clase de filosofía a la que asistiría en 1984. Si bien tenía trece años como entidad biológica, ese año recién nací como ser humano. Pero me distraigo, yo quería comentar un hallazgo en los seminarios de Castoriadis. Alguna vez he mencionado aquí la altísima densidad de ideas contenidas en los textos griegos de la Antigüedad. Pues bien, estos seminarios corroboran que el legado de Grecia es una cornucopia inagotable que ha alimentado y continuará nutriendo la autocomprensión de Occidente durante siglos. Es refrescante la lectura que hace Castoriadis sobre la trascendencia de este legado, esté uno de acuerdo con sus planteamientos o discrepe sustancialmente de ellos. Nunca tuvo tanta razón Nietzsche como cuando afirmó que los griegos son los aurigas de nuestra cultura. Si queremos entendernos hemos de volver una y otra vez a la palabra fundante de los griegos (no a Oriente ni a los "pueblos originarios"´de América, como quieren algunos extraviados).
Pero escapo nuevamente por otros derroteros. Lo que quiero destacar aquí, a propósito de algunas querellas mantenidas en otros foros, es un comentario tangencial de Castoriadis sobre la Crítica del juicio de Kant, que coincide con planteamientos míos sobre la cuestión del juicio estético: "En esa obra, Kant plantea la cuestión siguiente: ¿cómo formar un juicio válido, cuando se trata de lo que aparece como el objeto de lo arbitrario por excelencia, a saber, la obra de arte? [...] Kant define la obra de arte como aquella que establece sus propias normas, es decir, que es original en el sentido que la obra misma se vuelve modelo, prototipo o norma de otra cosa". Castoriadis objeta que "si la gran obra de arte es obra de un genio único cada vez y si es modelo y prototipo, ¿de qué puede ser ella prototipo puesto que. por definición, sus imitaciones, en tanto tales, no valen nada? Aquí hay una aporía fundamental. Hay que cambiar de óptica y ver en la obra de arte no un modelo o prototipo, sino un indicio, un signo, anunciador de otra cosa". Sería, pues, su fecundidad, sus infinitas posibilidades, la sugerencia al receptor de nuevos caminos de comprensión de sí mismo y del mundo que lo rodea lo propio y singularizante de la obra de arte. Lo cual nada tiene que ver, evidentemente, con su inteligibilidad para la masa. Pulchrum paucorum hominum est.