
Sócrates "aconsejaba abstenerse resueltamente de las personas bellas, ya que no era fácil disfrutarlas y conservar la sensatez. Un día que se enteró de que Critobulo, hijo de Critón, había besado al hijo de Alcibíades, que era un hermoso muchacho, preguntó a Jenofonte en presencia de Critobulo:
-Dime, Jenofonte, ¿no creías tú que Critobulo era un hombre sensato más que atrevido y más prudente que insensato y temerario?
-Desde luego, dijo Jenofonte.
-Entonces, a partir de ahora considéralo el hombre más fogoso y atolondrado, que sería capaz de dar volteretas sobre cuchillos en punta y de saltar en el fuego.
-¿Y qué le has visto hacer para que le condenes de esa manera?, dijo Jenofonte.
-¿Pues no se atrevió a darle un beso al hijo de Alcibíades, que es guapísimo y muy atractivo?
-Entonces, dijo Jenofonte, si tal es su hazaña temeraria, creo que yo también correría ese peligro.
-¡Desgraciado!, dijo Sócrates, ¿y qué crees que te pasaría después de darle un beso a una belleza? ¿No serías al punto esclavo en vez de libre, derrocharías mucho dinero en placeres funestos, no te quedaría tiempo para pensar en nada noble y hermoso, y en su lugar te verías obligado a tomar en serio cosas por la que ni un loco lo haría?
-¡Por Hércules!, dijo Jenofonte, ¡qué alarmante poder concedes a un beso!
-¿Y ello te sorprende?, dijo Sócrates. ¿No sabes que las tarántulas, que no tienen el tamaño de un medio óbolo, sólo con tocar con la boca hacen polvo con sus dolores a las personas y les quitan el sentido?
-Sí, por Zeus, dijo Jenofonte, porque la tarántula inocula algo con el mordisco.
-¿Y tú no crees, so necio, que los muchachos bellos no inoculan nada cuando besan, aunque tú no lo veas? ¿No sabes que esa fierecilla que llaman hermosa y atractiva es tanto más terrible que las tarántulas, porque éstas contactan, mientras que el otro sin ni siquiera tocar, si alguien lo mira aunque sea de lejos, inocula algo que hace enloquecer? (Tal vez por eso se da el nombre de arqueros a los amores, porque los muchachos hermosos hieren incluso de lejos.) Por ello te aconsejo, Jenofonte, que cada vez que veas a un muchacho bello huyas precipitadamente. Y a ti Critobulo, te aconsejo que te vayas al extranjero por un año, porque tal vez a duras penas durante ese tiempo puedas curarte del mordisco..."
-Dime, Jenofonte, ¿no creías tú que Critobulo era un hombre sensato más que atrevido y más prudente que insensato y temerario?
-Desde luego, dijo Jenofonte.
-Entonces, a partir de ahora considéralo el hombre más fogoso y atolondrado, que sería capaz de dar volteretas sobre cuchillos en punta y de saltar en el fuego.
-¿Y qué le has visto hacer para que le condenes de esa manera?, dijo Jenofonte.
-¿Pues no se atrevió a darle un beso al hijo de Alcibíades, que es guapísimo y muy atractivo?
-Entonces, dijo Jenofonte, si tal es su hazaña temeraria, creo que yo también correría ese peligro.
-¡Desgraciado!, dijo Sócrates, ¿y qué crees que te pasaría después de darle un beso a una belleza? ¿No serías al punto esclavo en vez de libre, derrocharías mucho dinero en placeres funestos, no te quedaría tiempo para pensar en nada noble y hermoso, y en su lugar te verías obligado a tomar en serio cosas por la que ni un loco lo haría?
-¡Por Hércules!, dijo Jenofonte, ¡qué alarmante poder concedes a un beso!
-¿Y ello te sorprende?, dijo Sócrates. ¿No sabes que las tarántulas, que no tienen el tamaño de un medio óbolo, sólo con tocar con la boca hacen polvo con sus dolores a las personas y les quitan el sentido?
-Sí, por Zeus, dijo Jenofonte, porque la tarántula inocula algo con el mordisco.
-¿Y tú no crees, so necio, que los muchachos bellos no inoculan nada cuando besan, aunque tú no lo veas? ¿No sabes que esa fierecilla que llaman hermosa y atractiva es tanto más terrible que las tarántulas, porque éstas contactan, mientras que el otro sin ni siquiera tocar, si alguien lo mira aunque sea de lejos, inocula algo que hace enloquecer? (Tal vez por eso se da el nombre de arqueros a los amores, porque los muchachos hermosos hieren incluso de lejos.) Por ello te aconsejo, Jenofonte, que cada vez que veas a un muchacho bello huyas precipitadamente. Y a ti Critobulo, te aconsejo que te vayas al extranjero por un año, porque tal vez a duras penas durante ese tiempo puedas curarte del mordisco..."
Jenofonte, Recuerdos de Sócrates, I, 9-13.