Algo brutalmente desconsolador pero que, a la vez, libera. Un desvelamiento. Comprender, por fin, que el anhelo de amor que me (te) atormenta no será satisfecho. Por nadie. Jamás. Que el amor es una pasión inútil.
Contra lo que piensan muchos exégetas de la obra (se ha dicho y escrito tanta estupidez a propósito de su representación en Chile ¡incluso por gente inteligente!), el amor entre Tristan e Isolda se consuma sólo sexualmente (hay que ser muy inocente, o rematadamente sordo, para no percibir que el segundo acto es una larga y sostenida cópula que culmina en orgasmo y, tras la pausa de rigor, nueva cópula o, más bien, coitus interruptus, por la aparición de Marke y sus cortesanos).
Pero la consumación sexual es efímera y el anhelo renace una y otra vez en el corazón de Tristan como un fuego ardiente y devordador que no llega jamás a apagarse (lo grita así, literalmente, en el acto final). Sólo la muerte podrá extinguirlo. Esa oscuridad de la que procedemos y a la que tarde o temprano regresamos. La eterna y tranquila noche de la inconsciencia. La aniquilación del individuo como manantial inagotable de deseo y de insatisfacción. Sólo la muerte nos libera de desear.
Es un completo malentendido decir que la muerte une finalmente a Tristan e Isolda. Simplemente los disuelve, los aniquila como sufrientes esclavos del deseo. Esa es la única liberación posible. "Noche" en Wagner no es más que un eufemismo para llamar a la muerte.
Tristan und Isolde, ópera terrible, en absoluto "romántica". Schopenhauer con música.